PARTEAGUASNÚM.34
Revista Cultural.
Aguascalientes - México
Marzo 2015
Artículo - PARTEAGUAS Núm. 34 Convivir en el siglo XXI
Revista Cultural de Aguascalientes - México
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CASA 1100 Comunidad
Por: Juan Manuel Tejada
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La noción tradicional de "familia"se encuentra en crisis, es decir, en un proceso de reformulación que nos propone, cada vez con más frecuencia, modelos de convivencia humana distintos a los habituales.
Es el caso de la "Casa 1100", donde un grupo de personas viven en comunidad, unidos más por un proyecto de vida y el encuentro de afinidades y opiniones que por un lazo sanguíneo o un documento jurídico. En este texto la comunidad describe algunos de sus retos y logros.
Miembros de la comunidad
· Juanita Villegas
· Uma Restrepo Villegas
· Elaine Alba
· Salvador Alférez
· Gustavo Rodríguez
· Masaaki Kurokawa
· Gata Té
· Conejo
· Juan Manuel Tejada Colón
Aún hoy en día tenemos muchas dificultades para definir la forma en que vivimos y trabajamos. Tenemos una "casa", pero también un "estudio", y un lugar en el que hacemos reuniones, encuentros, exhibiciones y recibimos amigos que quieran colaborar con nuestro trabajo creativo.
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Muchos de los que hoy habitamos "La 1100" ya habían vivido con otros jóvenes por cuestiones económicas; vivir en un lugar agradable o cercano a los espacios de trabajo, ocio o estudio regularmente están fuera del alcance de alguien que recién se independiza.
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Al paso de los años hemos decidido seguir viviendo así por cuestiones de otro orden. En buena medida porque los lazos afectivos han trascendido la simple amistad y poco a poco se ha formado un apego que yo identifico más con lo que se describe habitualmente como "familia". Nuestra hija Uma ha jugado un papel fundamental en dicho proceso. La responsabilidad, la crianza colectiva y la presencia de un proyecto futuro ha permitido la estabilidad emocional y productiva de los habitantes de diferentes casas que hemos habitado durante los últimos 6 años. Poco a poco los habitantes y personas que rodean la comunidad han empezado a tener hijos y nuevas dinámicas sociales han aparecido. Paulatinamente, se ha formado un proyecto cultural que está imbricado con el proyecto de vida alternativo y eso ha permitido que nuevos actores entren a la casa atraídos por las posibilidades creativas de vivir en comunidad. ​
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Al hablar de comunidades urbanas independientes inevitablemente pienso en los squats-anarco-punks que empezaron a proliferar en los años ochenta, pero evidentemente los referentes van mucho más atrás con las comunidades utópicas socialcristianas del siglo XIX y su necesidad de refundamentar o rediseñar los intercambios de un cuerpo social percibido como injusto, opresor o intolerante.
Por la naturaleza de nuestros orígenes sociales y perfiles personales el caso de la iniciativa de William Morris durante las últimas décadas del siglo XIX y su comunidad arts & crafts articula un referente clave en la imagen romantizada del gremio/familia de artistas que se asocian para realizar encargos de mayor complejidad y alcance. Su rechazo a la producción industrializada en favor de una revalorización y cultivo del artesanado, la manufactura y el amor por la creación, son actitudes que, al actualizarse en el siglo XXI, se funden con los valores del autoconsumo, el comercio justo, el copyleft y las prácticas antimonopólicas.
No obstante la casa no se mira a sí misma con total inocencia, reconoce su condición alternativa y de resistencia a un sistema del cual no puede evitar formar parte. En todo caso la comunidad intenta dialogar, adaptarse a la ciudad en la que se encuentra, pero también contestar y tratar de cambiarla, o al menos presentarle su crítica.

En ese sentido la influencia de los situacionistas, de Constant y Debord, así como más tarde de Gordon Matta-Clark, es indispensable para resolver el programa de acción en la ciudad, de reivindicación de la condición humana del espacio público, que hemos practicado y promovido.
¿Hasta qué punto este modelo de convivencia obedece a unas reivindicaciones ideológicas y hasta dónde son el resultado de las fuerzas sociales y económicas? Es difícil responder.
El que la comunidad permanezca cohesiva supera las prerrogativas políticas en tanto que los resultados de una tarea de esa magnitud son esquivos en el mejor de los casos, cuando simplemente inalcanzables.
Más éxito puede atribuirse al acto de compartir cotidianamente nuestros intereses con personalidades afines. Al placer diario de charlar, trabajar, cocinar, escuchar música en el patio central, intercambiar libros o películas, se debe sumar la alegría de descubrir otras miradas, otros sentires y posiciones ante la vida.
No debe soslayarse tampoco que el papel fundamental que juega el espacio en el desarrollo de una buena convivencia. Diversos conflictos y roces se dan todos los días por temas de territorio y posesión del espacio si éste no es suficiente o adecuado. La limpieza de los espacios comunes siempre trae dificultades, pues la cultura de la higiene varía notablemente de individuo a individuo.
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Es sorprendente notar cómo las malas costumbres se expanden rápidamente y las prácticas positivas son difíciles de implantar. Por citar un ejemplo reciente, el caso de Masaaki, quien a pesar de provenir de la cultura japonesa de la sistematización, el orden, la limpieza y la disciplina, repentinamente dejo de lavar sus utensilios de cocina al notar que nadie más lo hacía como resultado de una serie de desencuentros sobre el tema. Salvador, quien aprendió el oficio de Chef en Nueva Zelanda y Alemania, se vio obligado a bajar sus estándares de orden para adaptarse a una cocina común que no llevaba en ritmo. Cuando la situación se volvió insostenible se evidenció la necesidad de confrontación con todos los miembros para recuperar el orden, un orden necesario para todos. Nos vimos obligados a socializar nuestra inconformidad, nuestras prácticas particulares con respecto al uso de la cocina, y por último a desarrollar reglamentos orales y compromisos colectivos. El ejercicio causó fricciones y desencuentros, dejó clara la dificultad de construir nuevos comportamientos basados en el consenso, la negociación, la integración y el respeto, pero al final su éxito demostró que la comunicación es indispensable para la operación de un modelo que trae una economía de beneficios que no se agotan en lo monetario.
Otro elemento interesante a considerar son las prácticas amorosas de la comunidad. En definitiva la vida en común plantea algunas preguntas importantes con respecto a los vínculos de pareja de sus miembros, a las prácticas sexuales tradicionales de pareja. La expansión de los intercambios sociales, su movilidad relacionada con la densidad producida por la cercanía, traen consigo también una aceleración de las prácticas de cortejo. Esto no significa que los miembros de la comunidad se vuelvan más o menos promiscuos, simplemente cuestiona el estatuto de vida en pareja, obligando al individuo a enfrentarse a condiciones nuevas de pertenencia/posesión del cuerpo del otro.

Hasta el momento hemos hablado de la comunidad como si ésta consumiese todas las dimensiones del individuo que la habita. Esto no es así ni aunque lo deseáramos. La realidad es que la casa está muy lejos de ser autosuficiente. Aunque hemos desarrollado numerosos proyectos en conjunto casi todos estos proyectos están orientados a desarrollar capital social y simbólico, sin que quede el excedente necesario para cumplir con los requerimientos de consumo que el sistema impone. De esa manera todos dependemos de otros trabajos y tareas fuera de casa que permitan sostener un sistema de vida basado en un proyecto que en la experiencia cotidiana convence pero que la sociedad exterior mira con recelo cuando no con prejuicios.
Muchas dudas se levantan cuando pensamos que no siempre seremos jóvenes. Algunos de nosotros hemos empezado a trazar planes de jubilación basados en este esquema de vida, pero el futuro es incierto. La condición multicultural de la casa nos ha hecho plantearnos la posibilidad de cambiar de localización, pero también hemos empezado un trabajo de integración con el barrio más intenso que nunca. Aunque durante algún tiempo sustentamos las filosofías del movimiento Okupa y resiste, nuestras condiciones actuales exigen pensar en la propiedad legal de la casa como fundamento del desarrollo de la comunidad; sin embargo, la incertidumbre sobre la responsabilidad compartida de un crédito mina cualquier iniciativa den esa dirección.
Mientras la comunidad no se inserte en la sociedad como modelo de negocios orientado a la rentabilidad económica es muy probable que los beneficios se queden en la esfera de la existencia íntima y personal. No obstante, aún nos quedan algunos años para seguir buscando la sustentabilidad financiera y no tenemos ninguna razón para pensar que no lo conseguiremos. En el fondo cabría preguntarse si se le puede pedir mucho más que eso a la vida.


